De la Responsabilidad Social Corporativa (RSC) convencional a una verdadera responsabilidad social, en una nueva economía basada en valores

Si hay algo en lo que estamos de acuerdo todas las personas independientemente de nuestra situación y ubicación en el planeta es la importancia de cultivar ciertos valores como la dignidad humana, la solidaridad, la justicia social, la sostenibilidad o la participación democrática, valores todos ellos, que por cierto son y han sido siempre un mandato en todas las constituciones democráticas, y que deben hallarse interiorizados en cualquier organización o empresa que presuma de practicar la Responsabilidad Social.

Los modelos políticos, sociales y económicos de los últimos tiempos, que han apostado por la competitividad indefinida, nos han ido alejando bastante de esos valores, generando egoísmo y desigualdad social, con un único objetivo; el de acumular cada vez más riqueza individual. Ello explica que aún arrastremos muchas iniciativas de RSC convencional de grandes firmas, que usan la ya vieja táctica conocida de pregonar sus buenas prácticas de RSC en base a  actividades complementarias (generalmente a través de sus fundaciones), mientras siguen brillando por su ausencia las buenas prácticas de RSC vinculadas directamente a su actividad central o principal en su mercado, quedándose ésta al final en una mera declaración de intenciones o en estrategias de imagen y marca para ser bien visto en el mercado.

Mientras tanto, por otro lado asistimos a una nueva realidad, de personas comprometidas socialmente en sus proyectos empresariales.  Son muchas, cada vez más, pequeñas y  a menudo desconocidas. Son organizaciones de emprendimiento e innovación social que tienen integrados estos valores en su propia razón de ser. Empresas del siglo XXI que están dando paso a un nuevo consumidor, a una nueva forma de trabajar y de entender la economía.

Resulta muy esperanzador, que cada vez sea más frecuente escuchar en diferentes foros conceptos como el de “Triple Balance” para medir la gestión en las organizaciones (en lo económico, social y ambiental), y donde el precio de los productos y servicios se acaban estableciendo por la suma de estos tres aspectos.

En lo económico, porque claro que es importante medir nuestros resultados, ser eficientes y rentables, pero ello no nos obliga a tener que crecer de forma continuada, con la idea de fusionarnos incluso, para ser el número uno. El  tiempo nos está dando la razón de que el crecimiento ilimitado en un ecosistema limitado y finito, no es el camino y resulta siempre conflictivo, injusto, desigual e insostenible.

Lo natural, al igual que ocurre en las personas y en la propia naturaleza, es crecer hasta un tamaño óptimo para después madurar y mejorar. Y desde éste mejorar, crecer como colectividad, como sociedad, y evolucionar como humanidad. Eso de “crecer o morir” ya ha quedado muy desfasado. Cómo decía Fernando Trias de Bes en un artículo, ahora  se trata de “crecer o vivir”, pues trabajamos para vivir y no vivimos para trabajar. No crecer también es una opción válida. La clave está en la mejora continua y la búsqueda de la excelencia, en el “mejorar o morir”, y esto es posible para cualquier empresa. El éxito está en mantenerse.

La principal función del dinero es estar al servicio de la sociedad, no al revés y ser un medio en lugar de un fin en sí mismo. Necesitamos poner ya unos límites, que permitan una distribución más justa de la riqueza, reducir las desigualdades sociales y destinar ese “excedente” para afrontar los verdaderos retos que tenemos en el planeta.

Es una buena noticia que empiece a emerger este nuevo consumidor más responsable, colaborativo, innovador, y que reflexionemos sobre lo que hay detrás del precio de las cosas que compramos. Sin casi darnos cuenta, estaremos empezando a crear una “nueva economía”.

En lo social porque en este ecosistema, todos somos responsables de lo que sucede en nuestro entorno y tenemos la responsabilidad de cuidarnos unos a otros. Tanto en el terreno personal como en el profesional. Las empresas y organizaciones, juegan un papel vital en ello, y sus actividades tienen un impacto directo en todos sus grupos de interés (proveedores, empleados, clientes, comunidad, vecinos y naturaleza). Cualquier decisión que tomemos, por pequeña que sea,  a la hora de suministrarnos, contratar o vender de algo, tiene una repercusión global social y ambiental crucial para todos los que formamos parte de este ecosistema. Es urgente y prioritario que se cumplan en todos los ámbitos, los derechos humanos que todos tenemos y que finalice tanto drama social.

En lo medioambiental, porque no podemos volver la mirada  e ignorar a nuestra madre naturaleza. Esta tierra es nuestro hogar, es la madre naturaleza, la que nos enseña cada día con la vida que alberga y con sus procesos naturales, el camino para ser sostenibles en el tiempo. Hacer oídos sordos nos acerca cada vez más a la autodestrucción y a nuestra madre tierra poco le importará, pues seguirá estando allí cuando nosotros ya no estemos.

La última cumbre de París, parece que nos ha llenado de cierta euforia y optimismo al ponernos de acuerdo por fin a todos, en las medidas a tomar para frenar el cambio climático. Esperamos y confiamos en que dejemos ya de “toser en el humo” y prestemos atención en el verdadero foco y origen del problema para atajarlo con éxito. En este sentido, una vez más tenemos que marcar unos límites, como en el tema económico. Si verdaderamente queremos disminuir la emisión de gases de efecto invernadero, la lógica nos dice que limitemos la extracción de dichos combustibles fósiles. Resulta paradójico e incoherente, lanzar por un lado el mensaje de “libertad total para extraer” y otro a la vez diciendo “sed buenos y no lo queméis todo”.

Hace ya demasiado tiempo que vivimos en una dinámica inconsciente e irresponsable de crecimiento competitivo ilimitado, convencidos de que era el único y mejor camino hacia el bienestar, descuidando los valores, el impacto social y ambiental que provocamos, para nosotros y para las generaciones venideras.

Vivimos ahora un nuevo despertar, que nos lleva hacia una nueva era, de cambio profundo, dónde es posible otra forma de actuar y de trabajar en organizaciones más “conscientes y con conciencia”. Nos adentramos en un viaje sin retorno hacia una “nueva economía” más evolucionada, construida sobre los  valores y los derechos humanos y que sólo se consolidará si asumimos el compromiso de ser  valientes y responsables de crear aquello en lo que de verdad creemos, predicando con el ejemplo, en cada una de las decisiones que libremente tomamos cada día.


Carlos San Juan es conferenciante, formador y asesor empresarial. Fundador de escuchacreativa.com Consultor de empresas para la implantación del Balance del Bien Común, en el modelo de la Economía del Bien Común. Socio colaborador de Fiare Banca Etica. Ex director de la Escuela de Innovación para el Comercio del Ayuntamiento de Madrid en el Vivero de Emprendedores de Economía Social.
@escuchacreativa
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